(A Carlos Loayza Lagos)
Ondula por el valle de las hierbas
su cabellera azul la tremolina.
Aroma de cántaros amanecidos en la lluvia
y autóctonos remansos de rubias sensitivas.
Sueña la pampa a orillas de una tristeza dulce.
Solitaria la ñusta Ccusi Koyllor recorre
las plantas encendidas de sangre,
la cabellera salpicada de rocíos,
la frente evaporándose como un copo de luna,
suelto los senos como naranjones de fuego,
los ojos como orillas de dos ríos difuntos
y los labios ardiendo como manzana herida,
Se súbito se detiene en la espesura.
¿Es el difunto Ollantay?
Su fértil cuerpo de canela yace helado
como un bloque de fuego tumbado entre los tréboles.
Ollantay, ay, su amor, ventura tanta.
¿A qué bosque de miel fue su ternura?
-Oh, tus ojos pequeños de rocío de fuego,
tus labios donde maduraron
los morados racimos de tus besos
y tus muslos de arcilla ubérrimos de rosas
y el río de tu pecho lleno de juncos de oro
y tu quena donde la frente de la brisa
destella perfumes y suavidad de lirios.
¡Desventurado! Ignoras que mi vida
que en mi seno vacila como un canario pálido
también, ¡ay! para siempre se mutila
sobre este nido de coral, humeante todavía
que es tu costado abierto que no quema
ya nunca más mis senos ateridos
y mi vientre de greda redondo como un cántaro.
Y el rocío anaco desceñido,
desnudo el seno como pájaros furtivos,
como asonada de claveles sobre el fuego
y trémula y sonora de quejidos
enloquecida abraza a Ollantay, el esposo.
Y su alma de neblina que cercena la sombra
se funde en el cadáver como para darle
los divinos manojos de su sangre.
Su cara ha florecido de martirio.
Pálido está el jacinto de sus labios.
Su garganta se apaga como un río
y sus manos se apagan como el fuego.
Solidecen sus ojos de rocíos.
La hoz de la sombra la cercena
como un trigo maduro de canarios.
¿Oh, Ccusi Koyllor, dulce fruta indígena!
¿a qué región de luna has emigrado?