Pescador muchii, sencillo marinero,
peregrino en el mar,
gesto de soledad y océano inmensurable.
Tu alma es perenne barca del dolor
que transporta tu vida hacia la muerte.
Vas pescador bebiéndote los astros
en frescas copas de horizontes,
deshojando tu sueño como una flor de sangre
salobre por los besos del sol
cuyo otoño te es siempre un desastre de púrpura
en la extensión marina de imprecisos mirajes.
Siempre que sueñas te parece el mar
un sagrario en que rueda la exánime cabeza
de un inca asesinado sobre senos de ñustas.
¡El sol! ¡El sol! ¡Y corres hacia el sol!
Bogas solo con aire de incurable visionario.
La luna desnudando va en el agua
sus calzones de lirio y siéntase en tu bote
empapando el ambiente con sus largos cabellos
de vidrio, flor flotante.
A tus labios se suben las flautas de tu pena
y siembras voces sobre el agua
que contritos escuchan peces y aves.
Tu singularidad fascina al sol
y el cielo solicita que recorras, así,
su doncellez azul tremante de delirio.
¡Debes estar sonando a melodía!
Con algas de tristeza hasta los bordes de tu alma,
así vas dominando selva y montes de olas;
te echas hacia los ortos curvando la columna
con tu barca batida como un junco.
¡Oh, tu melena que flamea espera
como matas de raras hierbas crepusculares!
¡Oh, tu barba violeta constelada de gotas
como un dulce follaje de espumas y ceniza!
¿Y el mar no es un tifón de barbas de crepúsculo
que le mece de abismo a abismo como a un niño?
Y te quedas dormido, a veces, en su pecho
oyendo su infinita sonata de la muerte.
¿Tú no ves que la noche te lleva de la mano?
¿Tú no ves el crepúsculo
va colmando de musgos ocrinos tu cabeza
cuál si quisiera hacerte lámpara de la sombra?
Húmedos esplendores en tus ojos se queman
con el amor del viento que te abraza del pecho
frotándose en el tuyo su vientre de voluta.
¿Quién te conoce allí en tu morada inmensa?
¿Has visto de qué modo fornican dentro el agua
los dulces hipocampos?
Cuando nadas, tu cuerpo se corona
de espumas que se trepan a tus hombros
a manera de extrañas mordeduras
de mujeres ignotas y que también se bañan.
Vienes de noche; nace la bruma de tus sienes
–nupcial alcoba de gaviotas – y de noche
te vas, llevando en hombros el silencio.
¡Gusto especial en ti de echar las redes
cuando el sol se sumerge dentro el mar como un pez!
¿Amas el mar? Y debe, quien sabe, comprenderte
¿cómo dialogarán tu alma y la suya?
¿qué confidencias, qué dialectos de ternura
que se espuma de leche su piel sobre tu piel
y rutila tu rostro como a la luz del beso?
Tú sabes ya una música pagana.
¡Oh, viento que te trae
racimos de naranjas de la luna!
¡Oh, el mar que añade cámbaros para tus siestas fáunicas!
Y allí, transcurres, de la noche al alba
y hasta tu sueño está ya poblado de peces!
¡Oh, navegante excelso, tú celebras un rito
pascual ante la flora marina con las blancas
ovejas de las nubes! ¡Oh, navegante excelso!
¿Qué llevas en tu barca hacia el ocaso?
¿llevas desde la tierra la dolorosa imagen
del hombre, o traes del crepúsculo oraciones
o cadáveres de ángeles tiernos para la costa?
Vas infinitamente de cara hacia el misterio
mientras te crecen líquenes en los pies y las manos.
Vas infinitamente…