(A Vargas Vicuña)
El puerto en la bahía se desnuda.
El muelle hunde las piernas en el agua.
El puerto ve pasar pensativos velámenes,
arribar o partir grandes embarcaciones,
pesados transatlánticos –gigantes que modulan
canciones olvidadas de corales y espumas
que se quiebran en labios de marfil
tras la huella musical de los barcos…
Es el puerto.
En el cielo el viento arremolina barcarolas
y ánades mitológicos.
Llegan embarcaciones poblando los silencios
de gritos de sirena:
se descubre el espacio,
el muelle sale en recepción de amante
y penetran los barcos con los ojos cargados de paisajes
y los belfos humeantes húmedos todavía
de un nevar de horizontes.
El capitán desde la popa imparte órdenes,
todos corren, el áncora desciende crepitante,
se estabilizan ya los músculos del barco,
ágiles bateleros se deslizan veloces,
los cabellos flamean,
el agua salta como espejos rotos
o como una sorpresa de diamantes
sobre el sueño tranquilo de la brisa
y las sienes de lirio de sirenas curiosas.
Los barcos peregrinos cuyos desnudos pies, gustan
de las sendas del mar, vienen de recorrer
todas las zonas del zodíaco al septentrión,
de haberse acumulado de los ricos
botines de crepúsculos y auroras,
mirajes babilónicos en alta mar,
cartografías de constelaciones…
Islas como danzantes sirenas, de cintura
circundada de aljófares,
les abrieron el apacible seno
y ellos se adormecieron entrecerrando en éxtasis
los ojos bajo el loto rosado de sus manos;
y las islas se estremecieron ebrias de ellos:
dulces mujeres de la mar, oceánicas doncellas,
cabelleras de vino y mieles de crepúsculo.
¡Oh, los felices huéspedes y sus amadas ínsulas!
Ínsulas custodiadas de un vergel de alcatraces
y una blanda legión de dromedarios
que cargan manadas de astros desde los desiertos;
de pastores selváticos que sueñan sus solemnes cuernos
y caracoles.
Barcos enamorados de quimera,
Ulises voluptuosos sobre la voluptuosidad marina
en duelo con los vientos, caballos cuyas crines
son espadas de fuego…
¡Qué tal será espectar el duelo a muerte!
Pero sois envidiados de las urbes estables,
porque vosotros os lleváis al hombre
a modo de corsarios las ciudades que sueñan
a manera de amantes ojerosas y tristes;
os lleváis sus imágenes radiantes de deseo
ceñidas de guirnaldas de luceros
hacia no sé qué alcoba… pero siempre os lleváis…