Dialogan amorosas las cigarras.

Vocerío infantil, verdor como una lámpara.

Frescura. Embriaguez de rocíos. Destilan

una sensual euforia los ramajes.

Emanado vapor de los cerrados frutos.

Flota un clima de soledad

de los ojos marinos de una joven

que derrotó en pureza a las nenúfares.

Amantes que se van

sumergidos en mares de deseo.

Dulceros y fotógrafos: suelas podridas

y yo siento que hasta el sombrero duele.

Verano: crematorio de los pobres.

Una voz muerta que gravita en ascuas.

Lirio de lupanar hasta el sol.

¿Quién se acuerda de mí, con este aspecto

bajo este manzanar que empapa mi alma

de un efluvio ritual? Me rehabilito;

crece desde mis ojos

una estepa peruana de tristezas;

se retuerce en mi frente un mal presagio;

rueda desde mis labios el cadáver

de una palabra no gozada todavía.

Desde los árboles de actitudes votivas

abre la sombra pétalos de lirios fúnebres

y, ya es la tarde encandilada de cigarras

y formas blancas de mujeres ángeles

portando entre sus músculos el alba.

Como tremendos senos de bacantes

se iluminan los focos. ¡Ganas de besarlos!

La tristeza enamora con labios australes

la doncellez madura de los huertos.

¡Cómo naufraga el día

dentro la noche que penetra como un mar de muerte!

Subleva el viento mis cabellos

y entro a la noche como a un golfo azul

y mis ojos le beben sus senos de Jordán.

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